jueves, 6 de mayo de 2021

Cazador cuenta su experiencia extrema tras cinco noches perdido en el monte

 

Cazadores se perdieron cinco días en el monte. Foto: Juan Carlos Monje Nogales.



 


* Perdieron el rumbo, pero no la calma

 

Fueron atraídos por el sonido de un anta, animal muy apetecido por su carne, al que nunca vieron; pero siguieron en la espesura del monte hasta perder el rumbo, casi embrujados. Ramiro Gonzalo Guillén Tapia es uno de los cuatro cazadores que salió por un fin de semana de su casa y volvió dueño de una experiencia extraordinaria, cinco días después.

El grupo era conformado por Gonzalo, Virgilio Temo, Juan Saavedra Heredia y Bairon Deley Tatton Freita, este último de unos 27 años de edad.

Esperanzados en tener mayor éxito, se dividieron en parejas. Gonzalo se quedó con Bairon, el menor del grupo.

Confiados en el GPS, Gonzalo y Bairon siguieron caminando con el deseo de atrapar a su presa. Sigilosos, susurrando, se adentraron en la trampa que el monte preparó en complicidad con la noche.

Cuando se dieron cuenta de que se habían alejado demasiado era tarde para volver sobre sus propios pasos. La batería del GPS se agotó y el monte comenzó a engullirlos.

No había rastros del camino de regreso, no habían dejado “picadas”, señas que los ayuden a volver. Las ramas, los árboles, los ruidos y el silencio en el manto verde abrían miles de caminos, muchas direcciones que los llevaba a cualquier parte, menos al calor de su hogar. Dejaron de pensar en ello y siguieron intentando atrapar alguna presa, esta vez para conseguir la energía que sus cuerpos demandaban.

Caminaban, comían, dormían para volver a caminar. Alguna vez vieron un par de avionetas sobrevolar la zona, pero en el monte alto es imposible que los pilotos los puedan ver. Los árboles eran sus captores. Agotados llegaron a la orilla del río Negro, lejos de cualquier destino amigable. En la orilla de este río sintieron la mayor amenaza, un jaguar, al que llaman tigre. Para su fortuna, el felino se entretuvo desparramando unos “troperos”, los hombres tampoco tenían ánimos de utilizar sus armas, su aflicción era regresar a casa. Ahí decidieron no alejarse del agua, fue una buena decisión que más tarde entendieron. A lo lejos escucharon un escopetazo, era una señal de sus dos amigos de caza que venían intentando darles alcance. Al volver a verse las caras, se abrazaron, se sintieron a salvo. Virgilio era el que conocía la zona y quien comandaba la búsqueda. Los alcanzaron a tiempo. Si Gonzalo y Bairon se iban río abajo, el monte iba a terminar de tragarlos, porque hacia ese sector la zona está deshabitada y les resultaría imposible encontrar socorro.

Cuando llegó a la carretera, dejando el monte alto a sus espaldas, Gonzalo sintió vergüenza al ver que un grupo grande de personas lo estaba buscando: familiares, amigos y muchos desconocidos que se habían ofrecido a ir en su ayuda, conmovidos por la aflicción de las familias de los cazadores.

Gracias a Dios, todos se movilizaron, dice, porque entiende que se solidarizaron por la desesperante situación por la que estaban atravesando sus familiares al no tener noticias de ellos día tras día.

Con la experiencia fresquita, Gonzalo recomienda a las personas a no confiarse y no entrar al monte sin llevar herramientas que les sirvan para encender fuego y cortar hojas o ramas; además nunca entrar sin dejar dicho a dónde van. En caso de que se sientan perdidos, quedarse en un lugar porque alguien irá a buscarlos, y especialmente hacer fogatas que servirán de señales para los rescatistas.

Ahora, Gonzalo pasa la noche al lado de su esposa y de sus hijos, escuchando en su mente el llamado del monte, que en la distancia prepara su próxima trampa.


Foto tomada por Juan Carlos Monje Nogales. 


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