jueves, 30 de octubre de 2014

LOS KALLAWAYAS Y LA ÚLTIMA HELADA

Tres estudiantes cruzaron el océano Atlántico, llegaron a los cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar hasta la cuna de la cultura Kallawaya, en el occidente boliviano, y regresaron a casa con una historia para contarle al mundo.

El proyecto de filmar los cambios climáticos había nacido meses atrás en la Universidad de Saint Andrews en Escocia, donde recaudaron unas nueve mil libras que garantizaron su ejecución.

Después de una semana de aclimatación en La Paz, las entusiastas documentalistas emprendieron el viaje hacia el País de los Médicos.

El automóvil que tenía que llevarlas hasta Chakarapi, una comunidad originaria, se detuvo en cierto punto del camino porque continuar no era posible ante la ruta pedregosa. Así que, las muchachas acostumbradas a los beneficios de la vida moderna tuvieron que cargar su ropa, provisiones y pesados equipos que utilizarían para registrar en video la investigación. La caminata duró cuatro horas.

Hacía frío pese a que estaban lo más cerca del sol de lo que nunca antes habían estado, cuatro mil quinientos metros sobre el nivel del mar, casi en el techo de la tierra. A esa altura, en esa latitud terrestre, el sol quema la piel pero no calienta el cuerpo y, parece que para dar un paso detrás del otro se necesita el doble del esfuerzo, pero valía la pena. Ante sus ojos se abría un paisaje sorprendente, sin duda avanzaban hacia el techo del mundo, donde lo celeste del cielo no se tiñe con los gases contaminantes que cubren las grandes ciudades modernas.

El equipo femenino estaba integrado por Alice Rowsome, Eliza Upadhyaya y Nicole Sanjines , tenía la intención de registrar en video la vida de los Kallawayas, una cultura ancestral boliviana que se caracteriza por sus conocimientos en cuanto a la medicina natural, un legado que viene de la época del imperio Inca. Casi a ciegas eligieron la comunidad Chakarapi en la zona de Apolobamba, provincia Bautista Saavedra del departamento de La Paz.

“Fue toda una aventura”, dijo Sanjines. “Todos los días era algo nuevo”, contó semanas después de que bajó de la cordillera y se reencontró con amigos y familiares en la ciudad de Trinidad, el lado opuesto al altiplano boliviano, pero también otra víctima del cambio climático.

“Es un proyecto de estudiantes, para estudiantes, para crear conciencia en la mente de los jóvenes, porque cambio climático no es algo que se piensa, así todo el tiempo. (Uno) piensa, (el cambio climático) es algo que en el futuro sí nos va a afectar, pero en realidad es algo que ahorita está pasando y eso es lo que estamos tratando de decir”, explicó.

Tal vez la primera vez que extrañaron la vieja Escocia, país donde estudian, fue la primera noche que pasaron en la casa de adobe del altiplano boliviano, en un pequeño cuarto diseñado para atrapar la mayor cantidad de calor posible con el cual soportar las gélidas noches altiplánicas. Cuando abrieron los ojos al día siguiente, toda la familia del hermano de José Mendoza ya estaba de pie, carneando una alpaca, actividad que sorprendió a las documentalistas por la mezcla de rigurosidad y naturalidad con que desarrollaron el sacrificio del animal.

“Es una tarea que está llena de simbología y debe cumplirse casi como un ritual”, contó. Fue un contacto impresionante con las prácticas y costumbres de una familia tradicional Kallawaya, de rostros duros, cobrizos, pero capaces de aceptar a desconocidas por tres semanas sin hacer muchas preguntas y haciendo lo posible para que se sientan como en casa.

Sanjines describió a las familias Kallawayas como gente muy buena, sana y fuerte. Dijo admirar la fuerza de las mujeres que muchas veces tienen que encargarse solas de la producción de papa para elaborar chuño.

La mayoría de las familias se dedican a la crianza de alpacas, principalmente, aunque también ovejas. Sin olvidar que la actividad más importante para ellos que es la medicina natural, a través del conocimiento de plantas y animales de la región.

Es en la producción de chuño, que los Kallawayas están sufriendo con mayor fuerza los efectos del cambio climático.

El chuño tiene como materia prima la papa, tubérculo que es sembrado en las pronunciadas pendientes del cerro, lo que muchas veces complica aún más la tarea.

Una vez cosechada entre la tierra y piedras, la papa es transportada en lomo de llamas o burros durante horas, por caminos serpenteantes, donde duermen las nubes.

“Hacer chuño es un proceso extremadamente largo”, contó Sanjines, y las familias de Chakarapi deben sortear aún otro problema, el incremento en la temperatura ambiente, el cual no han podido solucionar en su propia comunidad por lo que deben recurrir a sus vecinos, que se encuentran más cerca del cielo todavía, a seis mil metros sobre el nivel del mar, en la comunidad de Pujiuni.

“Ahora tiene que ir hasta allá, al cerro, pero su hogar no es en Pujiuni, entonces se quedan ahí dos o tres días sólo para hacer el chuño. Una vez se quedaron dos, tres días, volvieron y dijeron: no funcionó, vamos a tener que volver”, contó.

El cambio en el clima también está afectando la producción de pasto, por lo que las alpacas tienen menos fuentes de alimentos. También les resulta más difícil predecir la llegada de las heladas lo que hace tropezar en la producción de sus plantas medicinales, otra fuente de subsistencia de la comunidad originaria.

Los habitantes del altiplano dueños de los saberes medicinales ancestrales ahora enfrentan uno de los más grandes retos de su historia, mientras se adaptan a las nuevas condiciones climáticas esperan que nunca llegue la última helada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario