lunes, 26 de julio de 2010

SANDRO, EL CANILLITA ETERNO

Con periódicos bajo el brazo y un chaleco puesto, así lo recuerda la mayoría de quienes lo conocieron, conversaron o simplemente lo vieron caminar por las calles trinitarias toda su vida. Un accidente de tránsito marcó el trágico final de Sandro, el canillita eterno.

Su nombre verdadero era Aldo Melgar Oliveira. El pueblo le decía Sandro, ya casi nadie se acuerda porqué. También lo llamaban “Mister” por su dominio del inglés y otros idiomas. En casa siempre lo llamarán “Niño”.

Nació en Trinidad el 02 de marzo de 1961. Era parte de una numerosa familia engrosada por más de una docena de hermanos y hermanas.

A los nueve años de edad se reveló contra su madre, Angela Oliveira. “No quería ir a la escuela”, recordó su hermana Consuelo con la herida fresca por la pérdida.

“Él quería trabajar”, aseguró otra de sus hermanas, Mari. “Primero vendía picolé”, continúo, y después inició el oficio que lo apasionó toda la vida, “siempre quiso vender periódicos”.

Vendió primero el periódico El Mundo y años después El Deber.

El niño que no quería estudiar forjó su carácter caminando bajo el sol, contra el viento y la lluvia. Más temprano que tarde aprendió que el tiempo puede cambiar rápidamente y no siempre se encuentran corredores en esta ciudad donde la mitad del año llueve y durante la otra mitad el sol castiga.

De esas lecciones aprendió que era mejor salir de casa siempre con un paraguas, sin importar la cara del tiempo. El paraguas se convirtió en uno más de sus inseparables compañeros.

Cuando la ciudad era otra, Sandro descubrió su pasión por los idiomas extranjeros. A las aulas de la Universidad Técnica del Beni, donde décadas atrás se dictaron cursos de idioma, Sandro se introducía clandestinamente para aprender otras lenguas. De esas mismas aulas fue echado por no pagar la inscripción, recordó Mari.

La familia reunió el dinero para pagar sus estudios, una inversión a la que Sandro sacó provecho. La gente, admirada, observaba como el canillita conversaba con los gringos que llegaban al pueblo. Fue un guía turístico nato.

Se afirma que con el paso de los años Sandro aprendió a hablar inglés, francés, alemán e incluso árabe.

Quien ya no quería ir a la escuela volvió sobre sus pasos; pero esta vez para trabajar como mensajero en el Colegio La Salle, donde encontró el apoyo del hermano Fermín y el hermano Pelayo, en la década del 80.

Con su honradez se ganó la confianza de sus empleadores. Su amabilidad le valió el respeto de sus clientes. Su imaginación lo hizo contar que fue llevado a Inglaterra por unos gringos.

“Mi mala suerte fue que mis padres adoptivos murieron en un accidente de tránsito y las autoridades al verme solo me deportaron; pero me mandaron a Chile y no a Bolivia”, le contó a Ivis Viruez, responsable de ventas del periódico El Deber en Trinidad.

Fue en Chile, continuaba narrando, donde aprendí a vender periódicos. A las tres de la madrugada me levantaba para recibir el cupo diario.

La misma historia era contada una y otra vez a quien se ganaba su confianza.

“Nunca se apartó de nosotros”, aseguró Mari y con esa frase rompió una verdad.

En 2008, la salud del canillita se deterioró después de décadas de trajinar a la intemperie. Hipertenso y con ataques de nervios comenzó a perder peso. Fueron meses duros para él y su familia durante los que tuvo que alejarse de las calles.

Su hermana María del Carmen le aconsejó que se encomiende a Dios para que lo ayude a recuperarse. El consejo fue tomado al pie de la letra. No volvió a levantarse por las mañanas ni a dormirse sin rezar el Padre Nuestro en voz alta, arrodillado al lado de su cama.

Su recuperación fue notoria, pero le faltaba algo: la calle, sus periódicos, sus clientes. Su espíritu encontró alivio el día en que volvió a vender los matutinos, pero su cuerpo continuaba cansado, por eso comenzó a subir a los mototaxis que antes evadía.

El sábado 17 de julio, dos motocicletas chocaron a pocos metros de su casa. El taxista que llevaba a Sandro se quebró una pierna. Estaba por entrar la noche, el surazo azotaba como pocas veces antes. El canillita fue internado en el hospital Presidente Germán Busch con un trauma encéfalo craneal grave.

A Sandro le sobreviven su madre de 85 años de edad, hermanos, hermanas y clientes apesadumbrados en la ciudad que caminó de palmo a palmo.

Una fría mañana de domingo, Trinidad perdió a uno de sus personajes más queridos: Sandro, el canillita eterno.

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