domingo, 27 de marzo de 2011

A GUAYABA, EL OTRO AROMA DE PUERTO VARADOR



Lejos de las olas, de las embarcaciones, cerca de las casas rústicas, entre las plantas de algunos canchones está el otro aroma de Puerto Varador, el olor de la guayaba.

En tiempo de agua cuando el visitante llega a Puerto Varador desde Trinidad por la carretera asfaltada, lo que más le llama la atención es el robusto brazo del río Mamoré que amenaza con entrarse a la comunidad a pesar de que hace años dejó de ser el potente caudal.

“Mamoré viejo” mantiene con vida a un puerto en el que atraca un sin fin de pontones que van y vienen con abundante carga, tripulación y pocos pasajeros, como parte de su travesía por los ríos del departamento del Beni.

El puerto mantiene su importancia en el sistema de transporte fluvial beniano, utilizado gran parte del año.

Sus habitantes se dedican a la navegación, la pesca, la agricultura, la venta de comida y bebidas a los numerosos pasajeros que transitan por tierra hacia Trinidad o en sentido contrario hasta San Ignacio de Moxos y más allá.

También se convirtió en un punto de relajamiento donde los trinitarios y trinitarias pueden disfrutar de pescado frito o “sudao”, también música alegre y, por supuesto, el paisaje.

Un tanto alejado del bullicio de la orilla del río y de los restaurantes, Julian Mosua, de 44 años de edad, busca el almanaque Bristol para saber, de acuerdo a la luna, cuándo será apropiado sembrar maíz.

Mosua es uno de los habitantes de este pintoresco puerto desde hace seis años. Antes trabajaba la tierra en Rosario del Mamoré, comunidad no muy lejana que dejó atrás para dar un mejor futuro a sus hijos que pedían ir a la escuela.

Cuando llegó al puerto con sus pocas pertenencias, construyó su casa con hoja de chuchio en un terreno que pensó no tenía propietario por lo descuidado que se encontraba. Años después de levantada la vivienda, el dueño apareció para reclamarle la propiedad.

“Yo colaboro con la comunidad y mis hijos van a la escuela”, fueron los argumentos que utilizó Mosua para no ser desalojado por el hombre que vive en Trinidad y que reclamó el terreno con el afán de utilizarlo en el futuro.

La vieja casa de chuchió se fue con el agua de inundaciones pasadas lo que obligó a la familia a habitar un costado de la carretera por varios meses.

Mosua construyó otra vivienda que este año se salvó de correr similar suerte porque las lluvias no fueron tan fuertes y el río respetó su cauce.

El agricultor y su familia no ven la hora de que la casa en “sobregirado”, comprometida por el Gobierno Nacional, esté terminada. La construcción se inició el año pasado. Los trabajadores levantaron los pilares de arena, cemento y fierro sobre los que se sostiene el piso de madera, pero la obra se detuvo antes de que las paredes de madera, la escalera y el techo sean construidos.

Por ahora, el agricultor sólo tiene una “chapapa” que le sirve de techo, bajo la cual cuenta las guayabas que cosechó en su canchón junto a sus dos hijos menores, una niña y un niño de entre nueve y doce años de edad.

La brillante y rugosa cascara esconde el color del fruto, hay guayabas rojas y amarillas por dentro. Su aroma es sutil y algunos sólo lo perciben con el primer mordisco. En cuanto al tamaño, las más grandes se pueden comparar con duraznos.

Los niños Mosua salen a venderlas a la orilla de la carretera a tres por un Boliviano.

La última venta les reportó 16 Bolivianos de ganancias, que la familia utilizará para cenar. Deberán esperar una lluvia y tres días para que las pequeñas guayabas que quedan estén grandes, brillantes y maduras, listas para atraer a un nuevo comprador.

Foto: Julian Mosua junto a sus hijos

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